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viernes, 18 de febrero de 2011

Un peu de la France







La Bandera Francesa y los símbolos de la Revolución

Terminada la Revolución Francesa surge la República Francesa y convocaron a la Asamblea General que es la reunión de los Tres Estados Franceses: el Clero, la Nobleza, y el Estado Llano. Cuando estos se reúnen se les conoce como Estados Generales; su bandera la crean y perdura hasta nuestros días; en donde el azul representa al Estado Noble, el blanco representa al Clero y el rojo representa al Pueblo Llano o Tercer Estado (lo que en Francia se denomina estado, en España se conoce como estamento).
Otra versión del origen del tricolor francés, es que el azul y el rojo son los colores de la bandera de París y se le añadió el blanco en el medio en representación de Luis XVI, que era de la casa de los borbones, cuya bandera es blanca con tres flores de lis.
Otro símbolo de la Revolución Francesa, aparte de la bandera de Francia, es el gorro frigio (también llamado gorro de la libertad) el cual aparece en los Escudos Nacionales de Francia, Haití, Cuba, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Bolivia, Paraguay y Argentina. El himno La Marsellesa, letra y música de Claude-Joseph Rouget de Lisle, capitán de ingenieros de la guarnición de Estrasburgo, se popularizó a tal punto que el 14 de julio de 1795 fue declarado Himno Nacional de Francia; originalmente se llamaba Chant de guerre pour l'armée du Rhin (Canto de guerra para el ejército del Rin), pero los voluntarios del general François Mireur que salieron de Marsella entraron a París el 30 de julio de 1792 cantando dicho himno como canción de marcha. Los parisinos los acogieron con gran entusiasmo y bautizaron el cántico como La Marsellesa.
Otros símbolos de la Revolución eran las escarapelas tricolores, el lema nacional Liberté, égalité, fraternité (libertad, igualdad y fraternidad), el nuevo calendario republicano (en sustitución del calendario gregoriano) y la guillotina.




La Declaración de Derechos
Avanzada la segunda mitad del S. XVIII los problemas se iban agudizando así como la crisis financiera. Algunas malas cosechas hicieron que reapareciera el hambre en el campesinado, y aumentaran los precios de los cereales en las ciudades, con la consecuente disminución de ingresos entre los nobles y la menor recaudación de impuestos en el estado.
Agravando esta situación, la Guerra de los Siete Años (1756-1763) sumergió a Francia en una profunda crisis económica, además de la pérdida de sus dominios en América del Norte y la India.
La monarquía necesitaba aumentar sus ingresos y en 1788 convocó a los Estados Generales para buscar una solución a la crisis. Para esto, se realizaron elecciones por separado, de representantes de la nobleza, el clero y el Estado llano (burgueses más ricos).
Los representantes de estos Estados Generales se reunieron en París, en mayo de 1789. Sin embargo, el clero y los nobles, con el apoyo real, se negaron a reunirse en conjunto con el Estado llano. Por lo tanto, este Tercer Estado se autoconvocó en Asamblea, invitó a sumarse a los otros dos Estados, e intentaba redactar una constitución a la que debía obedecer la monarquía.
Inmediatamente el Rey clausuró el lugar de sesiones. El Tercer Estado se reunió en una cancha y no se disolvería hasta lograr el dictado de la constitución. Ante la firme actitud del Tercer Estado, algunos miembros del clero y la nobleza los apoyaron y se unieron a la nueva Asamblea Nacional.
El Rey Luis XVI (1774-1793) presionó más y reunió una fuerza militar de 20.000 hombres, y la Asamblea se propuso formar una fuerza propia reclutando voluntarios del pueblo.
El pueblo, el 14 de julio de 1789, se levantó y tomó el símbolo de la monarquía absoluta, la Fortaleza de la Bastilla. Así dio comienzo la Revolución Francesa. El emblema revolucionario que lucían era el gorro frigio, insignia de la libertad
















Si al viajero se le pregunta por la ciudad del amor, automáticamente responderá París. Mágica, romántica y acogedora, es el destino por excelencia, no solo de amantes, sino de bohemios que acuden a ella en busca de inspiración.
Sin duda, la jornada parisina debe comenzar a orillas del Sena, donde dicen se encuentran las cenizas de Juana de Arco. Desde allí podrá acceder a la Catedral de Notre-Dame, una de las más celebres del mundo gracias a la obra de Víctor Hugo, ‘Nuestra Señora de París‘. La historia presenta a Quasimodo, un jorobado que se encarga de las campanas de la catedral, una bailarina de raza gitana llamada Esmeralda y a un archidiácono, padre adoptivo del campanero, que, atraído por la bailarina, pide a su protegido que la rapte.
Tras esta vista, el viajero tiene parada obligatoria en el palacio del Louvre, fortaleza del siglo XII con ampliaciones renacentistas convertido ahora en museo de arte. El Louvre cuenta actualmente con alrededor de 300.000 piezas de las que tan solo se exponen 35.000. Entre las obras más buscadas se encuentra la famosa Gioconda (”La mona Lisa”) del famoso pintor y escultor Leonardo Da Vinci, así como obras del arte universal como la Venus del Milo, la Victoria de Samotracia o el Escriba sentado.
Las Tullerias, primer jardín de la ciudad
A tan solo unos metros del imponente museo, podrá descansar en el jardín de las Tullerias, que perteneció a un antiguo palacio real del siglo XII que fue destruido por la Comuna de París en el año 1871, por lo que se convierte en el más antiguo de la ciudad y primer jardín público.
Tras el breve descanso, y ya en la plaza de la Concordia, podrá deleitarse con la primera visión de la torre Eiffel. Siga por la comercial avenida de los Campos Eliseos y llegará hasta el Arco del Triunfo, ubicado en la plaza Charles de Gaulle y mandado construir por Napoleón Bonaparte tras su victoria en la batalla de Austerlitz en 1805, donde prometió a sus hombres que volverían a casa bajo arcos triunfales.
Desde allí, camine por la zona de Embajadas hacia Trocadero, donde se topará con la torre Eiffel, estructura diseñada por el ingeniero Gustave Eiffel con ocasión de la exposición universal de 1889. Aunque estaba previsto que la torre alcanzase los 350 metros de altura, tan solo se construyeron 300, ya que los vecinos se quejaron al sentir como una amenaza que un edificio así pudiera caer.
Noche y amanecer
Entrada la noche, la capital francesa es el sitio perfecto para disfrutar y sentir al máximo su ambiente bohemio. Acérquese al barrio de Montmartre y disfrute de una velada en el conocido Moulin Rouge, construido en 1889 por Joseph Oller, que en la actualidad continúa ofreciendo una gran variedad de espectáculos para todos aquellos que quieren evocar el ambiente bohemio de la Belle Époque. Y si puede, aproveche la salida del sol para visitar la Basílica del Sacré-Cœur, situada en lo más alto de la colina, que le ofrecerá una de las más bellas vistas de la capital francesa.
Para finalizar la visita, mezclado entre angostas callecitas, se encuentra el mercado de Mouffetard, con puestos de frutas, verduras, quesos… Sin duda, se recomienda al visitante desayunar en una de las numerosas creperías que lo pueblan.





Cannes 1
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